Los juegos olímpicos esconden una cantidad de mitos y leyendas tan grandes, que la distorsión, a veces, termina cambiando el curso de la historia. Con la figura de Hitler y el “diario del lunes”, en los Juegos de la XI Olimpiada, más conocido como Berlín 1936, hay mitos que ya merecen un digno sepulcro: el de “los peruanos héroes”.
En febrero de 1932 el COI decidió que los Juegos Olímpicos ya no tendrían fútbol, el desacuerdo con la FIFA sobre la calificación de “jugadores amateurs”, más la pelea de poderes, dejó a la competencia de Los Ángeles sin el deporte rey y sin gran parte de la recaudación que el fútbol le aportaba al olimpismo.
Los que están en la cima de las cosas sólo tropiezan una vez con la piedra, por eso en 1936 la pelota volvió a rodar en los Juegos Olímpicos. Berlín se había convertido en sede en 1931, peleando la candidatura con Barcelona. En 1933 Adolf Hitler se auto consagró como líder supremo y para difundir sus ideas, tenía servido en bandeja un evento que sería televisado por primera vez en la historia.
El uso de la propaganda fue uno de los grandes motivos de Berlín 36; la película Olympia, de la reconocida cineasta Leni Riefenstahl, fue un corolario que terminó consagrado como el primer documental de la juegos. El mundo tenía que saber que los arios estaban preparados para algo importante, aunque en ese momento Hitler era visto como un loco que había levantado a Alemania después de la crisis económica mundial de 1929 y, en parte, de la “humillación teutona” tras el pacto de Versalles del 19.
Desde ese punto de vista, se hace difícil creer que, desde el otro lado del Atlántico, más bien tirando al Pacífico oriental, un grupo de deportistas sudamericanos hubiera humillado a Hitler. Aunque durante años se contó esa historia, que fue la resultante de un partido de fútbol correspondiente al torneo olímpico.
En el Hertha-Platz de Berlín, el 8 de agosto y ante 5000 espectadores, Perú se enfrentó con Austria por los cuartos de final. En la primera mitad, el dominio de los europeos se vio reflejado en el 2-0 parcial que marcaba el resultado. Cabe aclarar que los austríacos eran un equipo netamente amateur y que ningún integrante del famoso Wunderteam de 1934, estaba en el plantel. Los peruanos contaban con la delantera completa de Alianza Lima, que estaba conformada por Adelfo Magallanes, Teodoro “Lolo” Fernández, Alejandro Villanueva y el “Cholo” José Morales.
Con una actitud muy diferente a la de la primera mitad, los sudamericanos lograron empatar en la segunda parte y extendieron el partido con un alargue, donde lograron imponerse por 4 a 2. Aunque el árbitro noruego, Thoral Kristiansen, debió suspender el encuentro a falta de un par de minutos, por una invasión de campo por parte del público peruano. Más tarde se determinó que informe arbitral coincidía con la protesta presentada por los austríacos y se resolvió que el partido debía jugarse de nuevo.
Debido a esta resolución las delegaciones de Perú y de Colombia abandonaron los juegos y recibieron solidaridad de Argentina, Uruguay y Chile, que a pesar del saludo siguieron con la competencia como si nada. El mito comenzó a crecer cuando los deportistas peruanos llegaron a sus tierras, fueron recibidos por el público y se produjeron un par de manifestaciones en contra de los alemanes.
La delantera apodada “El Rodillo Negro” se quedó sin el campeonato, aunque sí se auto denominaron como campeones mundiales morales. El gran escritor uruguayo, Eduardo Galeano, se encargó de sobreadornar el mito que repite como una verdad irrefutable: los peruanos humillaron a Hitler.
Pasaron varios años para demistificar la historia de Jesse Owens, aquel atleta negro estadounidense que ganó cuatro medallas doradas, fama internacional y “el odio de un humillado Hitler que se tuvo que ir del palco porque no soportaba ver a un negro exitoso”. Aunque haya videos que muestran a Hitler saludando y declaraciones del propio atleta, el chamullo de la humillación del dictador fuera de contexto paga. Y mucho.
Donde sí la pasó mal fue en su país, que tenía como presidente a Franklin D. Roosevelt buscando su segundo mandato. Owens era famoso mundialmente, en Alemania fue recibido por fanáticas y era temido por sus rivales. Pero el reconocimiento local nunca le llegó porque no fue invitado a la recepción para los deportistas olímpicos en la Casa Blanca: “Algunos dicen que Hitler me despreció. Pero yo les digo que no lo hizo. No estoy diciendo nada en contra de nuestro presidente. Recuerden, no soy un político, pero también recuerden que el presidente no me envió ningún mensaje de felicitación porque, según dicen, estaba muy ocupado”.
Claro, Owens era negro, tan negro como delantera peruana que se había ganado el mote de Rodillo Negro, tras una gira de Alianza Lima por Chile. Y como Hitler odiaba con todo su amor a los negros, decir que no los reconocía o que les pungueó (?) un campeonato, comenzó a ser parte del mito popular de la Patria Grande.
¿Fue la historia de los peruanos en Alemania tal como la relató Galeano? “Me enteré por casualidad un buen día y lo confirmé”, dijo el escritor al comienzo de la charla televisiva, quien además asegura que “Hitler estaba sentado en palco oficial de Münich”. Lo cierto, y como está citado unos párrafos más arriba, el partido se jugó en Berlín. Es más, los juegos completos fueron disputados en Berlín, por lo que el palco del futuro genocida estaba ubicado a unos 550 kilómetros del estadio donde recibió la humillación.
Galeano cayó tal vez en el error de no chequear demasiado las fuentes y cometió el pecado de endulzar una mentira incentivada por gran parte del periodismo peruano, según cuenta el periodista Claudio Navarro, en un artículo publicado en 2008 en La República: “en el libro ‘Una historia del fútbol peruano’, escrito en 1975 por el periodista Guillermo Thorndike, se narra con lujo de detalles la manera en que el arquero peruano ‘Mago’ Valdivieso le atajó en Berlín un penal al austriaco Steinmetz. «… El disparo va hacia la izquierda, a interceptarlo vuela Valdivieso. Manotea. Steinmetz ha fallado el penal por cinco centímetros». Eso dice el relato de Thorndike. Sin embargo, según la documentación hallada por Arias Schreiber, en aquel partido Perú-Austria el árbitro noruego Khristiansen no sancionó penal alguno.
Fue cierto que a Perú le anularon 3 goles en ese partido contra los austríacos (imposible saber si bien anulados), como también fue cierto que tras los festejos del tercer y cuarto gol, parte de un público peruano impaciente y excitado por el triunfo, entró al campo de juego a abrazar a sus jugadores y a amainar un poco a los rivales.
Según los austríacos, el amaine consistía de golpes e insultos (difícil creer que un austríaco conozca el idioma peruano) y un peruano con un arma en la cintura al borde del campo de juego. Los medios ingleses, hermosamente amarillistas como pocos, contaron a través del Daily Sketch que: “mil peruanos los que armados de fierros, cuchillos y revólveres invadieron el campo de juego en pleno partido, agredieron a tres jugadores austriacos y dejaron a los europeos con ocho jugadores”. Esa versión fue la recorrió toda Europa, también engañando a los fanáticos del viejo Continente. La versión peruana insistía con la gallardía y la garra indomable con la que molestaron a Hitler, que era austríaco, provocó que éste y el partido nacionalista a través del COI, los “echaran” de la competición.
Para tomar la decisión de jugar nuevamente el partido entre peruanos y austríacos (aquí surge otro error de los contadores de mitos) la FIFA, organizadora del torneo olímpico de fútbol sin injerencia externa (el COI no participó de la decisión), se basó en “las reglas del juego” para determinar que el informe del árbitro (“las decisiones son del árbitro y las mismas son definitivas”) coincidía con la protesta de los austríacos.
Se dispuso entonces que el partido se juegue nuevamente el 10 de agosto, y a puertas cerradas, pero ante la negativa de los sudamericanos se postergó para el día 11. La ausencia definitiva del seleccionado de Perú le dio a Austria el pase directo a semifinales, donde se impuso a Polonia, para luego perder el oro ante la Italia de Vittorio Pozzo.
Definitivamente, Hitler no se sintió humillado desde un palco por los peruanos y probablemente poco haya sabido sobre este partido. Definitavamente, el COI tampoco tuvo injerencia sobre la decisión de anular y hacer disputar el partido. Definitivamente, los peruanos de 1936 fueron héroes inventados.
Eduardo Cantaro