A todos los futboleros nos sucede, con seguridad, que hay ciertos ídolos, personajes, costumbres y/o instalaciones de nuestro club o selección, sobre los cuales no sentimos ningún afecto, cariño, empatía, reconocimiento o consideración ¿Y por qué razón? Lo primero que podríamos argumentar es que C´Est La Vie… Y, probablemente, esa sea la más valedera justificación.
También, puede haber ocurrido que nos hayan ofendido ciertas actitudes del protagonista en cuestión -tanto ínfimas como supremas o ambas- que logran ponernos histéricas, soporíferas e irritables, como hace una candente adolescente con el pibe que la desvirgó (?).
Ya expuesto el asunto, solo resta preguntarles a ustedes, hinchas de River Plate ¿Qué onda papi (?) con el Tolo Gallego?

Américo Rúben Gallego llegó a River Plate en 1981, procedente de Newell´s Old Boys y con la medalla de campeón del mundo colgando del cuello. Mediocampista central aguerrido, vivo y kapanga del vestuario; con su nivel futbolístico mandó al banco a un prócer e hijo pródigo de la casa como Reinaldo Carlos Merlo. Además, ganó dos títulos domésticos y fue el primer capitán Millonario en levantar las copas Libertadores, Intercontinental e Interamericana… méritos suficientes como para ser amado por el resto de sus días ¿no?
Pero la cosa no terminó ahí. Una vez retirado de la actividad en 1988 y tras un breve paso como entrenador por las divisiones inferiores de La Banda, fue el primera guitarra del cuerpo técnico de Daniel Passarella (el bajo lo tocaba Alejandro Sabella) en el exitoso primer ciclo del Kaiser al frente de River Plate (1989/94). El Tolo, puertas adentro, ejercía como un balanceante personaje de comedia, entre lo libertario de Pachorra y lo milico del otrora Gran Capitán.
La gloria como director técnico le llegó a Gallego luego de ganar en forma invicta el Apertura ’94; torneo en el que dirigió al equipo en solitario por que sus compañeros de formula ya habían agarrado el timón de la Selección Argentina. Tras renunciar a la institución para acompañar a Daniel Alberto en el combinado nacional, llegaron las primeras miradas de reojo por parte del pueblo Millonario. Bah, en realidad eso y haber avalado la llegada del Inglés Carlos Lord Voldemort Babington al frente del primer equipo. No era para menos.

Tras cuatro tumultuosos años coronados con el cabezazo de Ortega a Van der Sar y luego de un chaplinesco Mal Pase con el Betis de España, en febrero de 2000 Américo Gallego regresó al mando del primer equipo de River Plate de una manera sorpresiva y con demasiada baranda a opereta.
¿Por qué razones? Porque el entonces actual campeón Ramón Díaz fue “renunciado” 48 horas antes del arranque del Clausura; porque el exiliado en Colón de Santa Fe por el riojano, Hernán Díaz, ya había regresado a Capital luego de una sugerente tapa de la extinta revista Mística de Olé y porque el propio Tolo ya había realizado una entrevista con sesión de fotos para El Gráfico. Dolidos por un incondicional amor hacía El Pelado Díaz, ciertos hinchas de River tomaron nota de estas “sutilezas” y esperaron el momento oportuno para facturarlo. Tanto a la Comisión Directiva como al viejo nuevo entrenador.
La cosa, como era de esperar, se le pudrió al Tolo en mayo de 2000. Con buen paso e invicto en el torneo local y luego de ganarle por 2 a 1 a Boca Juniors el partido de ida de los Cuartos de Final de la Copa Libertadores, Gallego prosiguió hasta el hartazgo con un discurso soberbio, ególatra y narcisista, en principio destinado a generar el malestar en los rivales. Pero que se le volvió totalmente en contra cuando manifestó: “para estar en la bandera de Angelito y Ramón hay que satisfacer a los hinchas de otra manera”, dando a entender, quizás, que había que poner un diezmo (?) para que tu caripela sea inmortalizada con aerosol. ¿A vos te parece?

A eso, en desmedro del Tolo, le prosiguió a los pocos días la hiriente eliminación de la Copa Libertadores por 3 a 0 frente a Boca (con la frase “si ellos ponen a Palermo yo lo pongo a Enzo” y el posterior muletazo del Loco, incluidos) y 96 horas después la pérdida del invicto por el torneo local con un tremendo e inolvidable zapatazo del peruano Juan José Jayo de Unión de Santa Fe que enmudeció al Monumental.
Más allá de aquellos resultados deportivos, el espectador neutral, si es que existe, sintió que algo se quebró para siempre entre Américo Rubén Gallego y la gente de River Plate. Los Millonarios, o gran parte de su gente, argumentaron que el entrenador no respetó la lírica historia futbolística de la entidad y que por eso el rival de toda la vida había llegado a Tokio. Por su parte, el entrenador no dudaba en echar las culpas de todo malestar a jugadores del plantel que no habían superado los 22 años, lo cual irritaba aún más a los hinchas de La Banda. ¿Qué es primero? ¿El descenso huevo o La Gallina? Es más, ganaron el Clausura 2000 con el trinomio Aimar/Ángel/Saviola y, al parecer, nadie, pero nadie, lo celebró.

¿Y qué le siguió a todo eso? El histórico River Plate de Los Cuatro Fantásticos que perdió, insólitamente y como local, el torneo vernáculo frente a Boca por culpa del paraguayo Derlis Soto de Huracán. Un casi paro cardíaco que sufrió el entrenador en el Torneo de Verano de Mar del Plata 2001, cuando tanto hinchas de San Lorenzo como de River cantaron “se desmaya / El Tolo se desmaya” al ritmo de “It´s a Heartchade” de Bonnie Tyler. Y dos dolorosas orteadas por 3 a 0: la que los eliminó de la Copa Libertadores de 2001 frente al Cruz Azul de México y la que sufrieron frente a Boca en La Bombonera por el Clausura 2001, la tarde que nació El Topo Giggio.
Todo eso, amén de haber perdido dicho torneo con el paraguayo Derlis Soto de Huracán otra vez como verdugo y de haber soportado Gallego la humillación de que le saquen a medio cuerpo técnico y que las órdenes las diera el recién llegado Patricio Hernández mientras al Tolo lo exhibían, medio gagá, como a Juan Pablo II en su última etapa.
En medio de todo eso, muchas banderas en el estadio (además de la que ilustra este post) y tapas de periódicos que despotricaban contra el entrenador desde la misma interna del club. Una idolatría que debería ser incuestionable y que, sin embargo, Américo Rubén Gallego perdió por haberse ido de boca ¿De boca? No, muchachos, de Boca era Passarella y le contaba a la abuela como iba a matar a esas gallinas de mierda…