Palabras, palabras, palabras… dicen, quienes saben y quienes no, que las palabras hieren mucho más que la espada. Por bronca, desamor, descontento, envidia, descargo o por la razón que fuere -siempre de índole negativo- la concatenación de palabras que son enviadas para lastimar suelen acarrear un triste efecto irreversible. Más aún, cuando uno se las dice a otro ser humano con quien, en algún momento, hubo un ida y vuelta de afecto… en el mundo del fútbol, claro, las palabras más dolorosas son las que se escriben, porque logran el preciado don de la inmortalidad.
Hay sensaciones futbolísticas que, por el paso del tiempo y por el advenimiento de nuevos acontecimientos, quedan olvidadas como si nunca hubiesen existido. Porque, como todo, son apenas el reflejo de un momento. Por ejemplo: es muy difícil explicarle a un futbolero que no lo vio en su plenitud la sensación de miedo que daba Javier Saviola en los hinchas rivales. Pánico, para ser precisos. Totalmente contrastable, claro, a la especie de hazmerreír en la que se convirtió durante los primeros meses de su vuelta al fútbol argentino a mediados de 2015.
¿A qué vamos con todo esto? A que desde su aparición como jugador de Argentinos Juniors y como miembro estable de las selecciones juveniles -allá por 1997- todo el mundo sentía que Federico Insúa había nacido para ser jugador de Independiente de Avellaneda. ¿Y en qué se basaba ésta apreciación? En la nada misma, obvio. Tal vez por instinto, por paladar, por fisic du rol o por cualquier otro intangible, tanto periodistas, como hinchas y hasta empresarios y dirigentes sabían que la llegada del Pocho a la Doble Visera era inminente. Y esa sensación vivió durante algunos años…
El día de la llegada de Insúa a Independiente finalmente llegó a principios de 2002. Y el furioso amor, entre hinchas y jugador, no es que pareció instantáneo sino que se asemejó al desencadenante del deseo de dos niños que crecieron juntos y que esperaron una relativa madurez para darle rienda suelta a su pasión. Misma emoción que se potenció cuando El Pocho se convirtió en el más preciado accesorio de lujo en la obtención del Apertura ’02. Idilio.
“Estoy desesperado, se me va el 10. Quiero llorar…”, esas palabras desequilibradas corresponden al entonces Presidente de Independiente, Andrés Ducatenzeiler, cuando el volante se marchó al Málaga español a mediados de 2003. Y, por supuesto, reflejaban el apesadumbrado sentir de todos los hinchas. El bálsamo al sufrimiento apareció un año después cuando renunció Ducatenzeiler se murió Pastoriza El Pocho volvió a la institución.
Un gol a Almagro a los 10 minutos de su vuelta, dos tantos a Boca en una tarde inspirada y el mismo confiable nivel de siempre, fueron más que suficientes para mantener efervescente el romance con la gente del Rojo, que ya fantaseaba con verlo como el Jedi del Padawan que asomaba desde inferiores: El Kun Agüero.
Sin embargo, nadie en Independiente se preocupó por marcar una tilde en la regla más básica de amor: tener la certeza que la contraparte, al menos mientras dura el enamoramiento, es propiedad de uno. E Insúa no lo era. Y peor aún, nadie se había preocupado por que lo fuera.
Así las cosas, los dueños del pase del Pocho escucharon ofertas, hicieron números y decidieron vender la ficha de Federico Insúa a Boca Juniors, donde jugó la temporada 2005/06, ganó los cuatro títulos que disputó, tuvo un nivel superlativo y además…
Un año después, El Xeneize vendió al volante al Borussia Mönchengladbach por el doble del precio al que lo había adquirido. Y fue ahí, jugando en la Bundesliga, cuando el 26 de noviembre de 2006 un hincha de Independiente dejó en evidencia su despecho durante el partido que el equipo del Pocho perdió 1 a 0 como visitante ante el VFB Sttugart.
“IN$UA TRAIDOR EL ROJO NO PERDONA” fue la inesperada bandera que un hincha de Independiente -que había hecho buenas migas con aficionados teutones durante el Mundial 2006- le dedicó al jugador como esos novios abandonados que van totalmente borrachos a hacer un espectáculo patético años después de muerta la relación. Nada más para decir sobre eso, cada quien digiere el dolor como puede…
América y Necaxa de México, otra vez Boca Juniors, Busarspor de Turquía y Vélez Sársfield fueron las amantes de Insúa en la época en que fue perdiendo vigor y vitalidad ¿Y qué le quedaba? Volver a los brazos de la ninfa que más lo amó y que encima necesitaba de él. Y así, a comienzos de 2014, después de casi 9 años de recelo y reproches, El Pocho e Independiente tuvieron sus terceras nupcias para intentar que el equipo de Avellaneda abandonase el Nacional B, objetivo que se logró, a duras penas pero se logró.
Sin embargo, apareció un tercero en discordia de nombre Jorge y de apellido Almirón, que apenas utilizó al veterano volante durante escasos 10 minutos. Encima, Insúa cometió la herejía de querer cobrar viejas deudas y, tras depositar dos cheques, el Presidente Hugo Moyano lo echó por teléfono, obligando al Pocho a entrenarse con la Reserva. Punto final.
Si bien hubo un mínimo descontento, los hinchas del Rojo estaban más molestos por la marcha del equipo que por el exilio del jugador. El mundo siguió girando, por más que haya muerto el amor…
“¿Where Shall I Go? ¿What Shall I Do? // Frankly, My Dear, I Dont Give A Damn”
“¿Adonde Iré? ¿Qué haré? // Francamente, Mi Querida, Me Importa Un Bledo”
(Línea final entre Scarlett O´Hara y Rhett Butler, Lo Que El Viento Se Llevó, 1939)