Soltar… ese verbo tan escuchado y vilipendiado por estos tiempos, no es un consejo exclusivo de un medioambiente modernista, cool ni palermitano. Ya allá por los treinta, en un paisaje dominado por la bohemia y los compadritos, un club capitalino no le pudo hacer honor a este dogma fabricando a la mascota más tanatológica de toda la historia del fútbol argentino… comprensible la negación al olvido, en el medio estaba metido un tierno e inocente canino. Con nosotros: Napoleón, el perro embalsamado de Atlanta.
Década infame, comienzos del profesionalismo. A Francisco Belón, socio número 84 de Atlanta, le obsequiaron un simpático cachorro azabache, mestizo entre salchicha y callejero. Paradójicamente, quien le legó un amigo fue Camilo Di Bella, vecino del primero, quien trabajaba de portero en la cancha de Chacarita y encontró en ese mismo lugar al pichicho. Al menos en sus raíces, la mascota tenía sangre funebrera…
Bautizado Napoleón, rápidamente se ganó el afecto tanto del plantel como de socios e hinchas del Bohemio. El perro entraba al campo de juego con los jugadores, posaba para las fotos, le ladraba a los rivales y –tomándolo como una licencia del tiempo que todo lo exagera- hacía jueguitos con la pelota y hasta marcaba goles… imposible no quererlo.
Pero eso no es todo, el can fue canonizado en vida una tarde de noviembre de 1936, cuando su equipo perdía por 5 a 1 frente a Talleres de Remedios de Escalada y nada se sabía sobre su paradero ¿Y qué pasó? Napoleón apareció por la cancha de Humboldt y Atlanta empató 5 a 5. Único…
Convertido en un amuleto de necesidad y urgencia, una noche de abril de 1938 Napoleón encontró el primero de sus finales. Esto ocurrió cuando se escapó de una reunión de hinchas en la casa de su amo y fue arrollado por un Buick en la calle Muñecas. Nada congela más el alma que ver un perro atropellado. Para sumarle más tristeza al asunto, la tertulia de donde había fugado la mascota se había celebrado para idear la manera de colarlo en el tren a La Plata en vísperas a un partido frente a Estudiantes. Dolor…
Con todos los diarios del momento haciéndose eco del deceso de Napoleón, tanto a su dueño como al resto de los hinchas de Atlanta se les ocurrió la única opción viable para inmortalizarlo como un emblema: el rápido embalsamamiento del perro… y todos medianamente contentos.
Y así, tras estar cerca de 70 años en casa de los descendientes de su dueño, el cuerpo de Napoleón volvió a la cancha cuando se celebró el centenario del Bohemio. Y es más, vuelve de tanto en tanto, cuando hay algún festejo. Aunque, eso sí, condenado a atestiguar las pálidas in eternum y esperando impaciente un mísero ascenso ¿Soltar? ¿Qué carajo es eso?