
Entrenador amarrete, de esos que cuidan el cero en el arco propio, pero también en el ajeno, Roberto Mario Gómez hizo de su forma de ser un estilo propio que trascendió barreras (basta con seguir la cuenta @mariogomeceando para entender de qué estamos hablando). Así fue cómo llegó al Viejo Continente y, de un día para el otro, se encontró con una gran posibilidad: dirigir a un equipo de la Liga Española. Acá el resumen de su experiencia.
Asistente de Timoteo Griguol, primero, y de Héctor Cúper, segundo (?); el hombre nacido en Mar del Plata también continuó la escuela del subcampeonato, cuando dirigió a Lanús, donde terminó como escolta de Vélez, en el Clausura 1998, con jugadores como Rodrigo Burella, Julián Kmet, el Chango Cravero, Gonzalo Belloso y Gustavo Bartelt.
Al año siguiente, a Mario se le abrió una puerta enorme, cuando Héctor Cúper dejó el Mallorca para irse al Valencia. Las miradas de los dirigentes, primero apuntaron a Griguol (recomendado por el propio Cúper), pero finalmente lo llamaron a Gómez por ser un toque más ofensivo joven que el Viejo. Dirigir en Europa, el sueño de muchos ambiciosos, pasaba ser una realidad para un técnico conformista.

Su llegada a la isla fue en un clima inmejorable, cosa que no suele suceder en el arribo de un DT. Su antecesor, había ubicado al modesto club en el primer plano nacional e internacional. Un tercer puesto en la liga, una Supercopa de España y dos finales perdidas (para no perder la costumbre). Además, el plantel tenía muchos argentinos: Leo Franco, el Mono Burgos, Gustavo Siviero, Juan José Serrizuela, Ariel Ibagaza, el Polo Quinteros, Leo Biagini e Iván Gabrich. Además, había nombres como Vicente Engonga, Jovan Stankovic y Diego Tristán. Mario Gómez sólo tenía que hacer la plancha, pero se terminó hundiendo.
El 11 de agosto de 1999, el técnico argentino debutó al mando del Real Club Deportivo Mallorca, con un rival accesible y un objetivo importante: clasificar a la fase de grupo de la Champions League. Para alcanzar ese fin, solamente había que deshacerse del modesto Molde de Noruega en la fase previa. Tratando de conquistar al nuevo DT, los futbolistas del cuadro español hicieron lo que debían: empatar 0 a 0 como visitante. Gómez se fue más que satisfecho, sabiendo que definía la serie como local.
Diez días más tarde, al Mallorca le tocó vivir un hecho histórico: la inauguración del Estadio de Son Moix, en la primera fecha de la Liga. ¿El rival? Ni más ni menos que el Real Madrid de Roberto Carlos, Redondo y Raúl. Difícil debut, pero inicialmente favorable para el equipo de Don Mario, que se puso 1 a 0 luego de que Burgos le atajara un penal a Fernando Hierro.
Con la ventaja mínima, Don Mario hizo su gracia: primero metió delantero por delantero (Gabrich por el Polo Quinteros), pero después sacó dos volantes (Engonga e Ibagaza) para meter a dos defensores: Nadal y Serrizuela. Sí, agotó los cambios a los 77 minutos. ¿Resultado? Goles de Morientes y Raúl, a los 87 y a los 89 minutos, para el 2 a 1 merengue. Mala suerte, habrán pensado algunos simpatizantes rojinegros, pero todavía faltaba lo peor.
El 25 de agosto de 1999, el Mallorca recibió en su ya inaugurado estadio al Molde noruego, por la vuelta de la serie previa de la Champions League. Sólo había que ganar para entrar de cabeza al mayor torneo continental…pero las cosas no salieron como las habían imaginado.
En un partido realmente muy malo en el que ninguno arriesgaba (empezando por el DT local), el Mallorca se puso en ventaja a los 25 minutos a través de un penal convertido por el serbio Stankovic: 1 a 0 y a sufrir. Pero a sufrir en serio.

La segunda mitad fue similar a la primera, pero con el Molde obligado a hacer el gol de visitante que lo clasificara a la fase de grupos. Y, como era de esperar, eso sucedió. En el minuto 85, un penal de Lund colocó el 1 a 1. Ahí sí, Mario Gómez metió un cambio ofensivo (Tristán por Engonga) para tratar de ganarlo (había sacado a los dos delanteros titulares), pero ya era demasiado tarde. Los noruegos, que habían viajado con sus mujeres a la isla porque lo tomaban como unas mini vacaciones, aguantaron los momentos finales y pasaron a la historia. No lo podían creer.

La gente del Mallorca, enojada, pero sin perder su inocente gen gaita, les gritó «fuera, fuera» (?) a sus jugadores y al entrenador. Algo se había roto y Don Mario lo sabía. Es más, fiel a su costumbre, pensó en arreglarlo (?). «Somos muy pelotudos. El sábado, contra el Real Madrid, perdimos por falta de experiencia, de madurez, pero hoy perdimos por boludos. Fuimos más que tontos. Era un partido que teníamos ganado, que no nos llegaban nunca… y por un error nuestro nos empataron… somos boludos, como decimos en la Argentina. Todos somos boludos: yo, los jugadores, todos…», se despachó el DT argentino.
Por esos días, comenzó a sonar con más fuerza un temita de Mario que habían pasado por alto al momento de contratarlo: no tenía la licencia para dirigir en España, ya que no cumplía con un requisito fundamental: haber dirigido a equipos de la Primera División argentina durante al menos tres años. Su paso por el Granate no le alcanzaba.
Cuatro días después del llamado Moldazo, el Mallorca visitó al Rayo Vallecano y perdió 2 a 1 sobre el final, otra vez luego de ir en ventaja. Demasiado para la paciencia de los dirigentes, que le soltaron la mano director técnico, aprovechando aquello que exigía la Federación.
«No nos quedará otra solución que contratar a otro técnico» (?), tiró el asesor jurídico del club balear. Y así fue como se terminaron los días de Roberto Mario Gómez en el fútbol español. Cuatro partidos en los que no ahorró en disgustos.








