
La última vez que fui a la cancha de Independiente fue con mi abuelo el 13 de Noviembre del ya retirado 2013. Le ganamos a Ferro 3 a 0 y por momentos nos sentíamos fuera de aquella pesadilla vivida en un contexto real que nos mostraba al equipo de toda nuestra vida sumergido en la B Nacional. Nos encontramos con Mingo, un amigo que nos hicimos en la platea previo al trágico junio del año pasado, el cual entre anécdotas y observaciones humorísticas hacia más llevadero la previa del partido. Tras finalizar el cotejo, nos despedimos con un abrazo victorioso y, tras irme del estadio, me comí una hamburguesa recalentada camino a mi casa, mientras pateábamos por las calles del Conurbano junto a mi abuelo buscando bondis que nos dejen en nuestro hogar.
Dos exámenes, de matemática y geografía respectivamente, me dejaron afuera contra mi voluntad de las siguientes fechas, frente a Douglas e Instituto. En esta última mi abuelo, Mingo y El Vasco, un amigo mío del colegio, debieron refugiarse donde pudieron a causa de una tormenta que se había desatado apenas comenzado el partido. El Vasco me contó en el aula, al otro día, de cómo salieron de aquella situación. A mí, como a él, me causo gracia, pero mas allá de eso sentía muy dentro mío que estábamos construyendo recuerdos, momentos los cuales marcarían un hit en nuestras vidas. Quizá pequeños, por ahí insignificantes, pero no éramos los mismos que antes del descenso.
Independiente nos había convertido a los cuatro, de alguna manera, en un grupo. El Vasco y yo charlábamos sobre el equipo, aunque a veces él sumaba temas contándome de su estadía en Santa Fe o sobre nuestra adicción a coleccionar diarios y panfletos viejos (incluso El Vasco los derivaba a veces en papel picado que él mismo elaboraba y llevaba a la cancha). Mingo y mi abuelo dialogaban sobre viejas épocas y experiencias que dejaron risas y reflexiones. A veces (mentira, siempre) deslizábamos algún comentario cuando pasaba alguna bella muchacha por el lugar. Y se completaba la situación cuando El Empresario, otro amigo mío del secundario, se sumaba a nosotros. Venía con su viejo y, por ende, quedaban los tres señores y los tres pibes debatiendo desde como Alderete llegó a jugar en Independiente hasta si en las fiestas es preferible el asado o el pollo (acompañado, por supuesto, de anécdotas en torno a asados y pollos que pueden derivar en cualquier tipo de final bizarro).
No tengo dudas que todo esto significará un gran recuerdo para mí dentro de unos años. Hoy es mi intensa realidad. Entre mesas de examen, mensajes vía WhatsApp y análisis de minitas desde el punto de vista menottista- juvenil –aunque ojo, cualquier bondi me deja bien (?)- mi adolesencia transcurre, en terreno fútbol, bailando con la más fea, viviendo a la par de lo anteriormente escrito, los peores momentos de Independiente. El nefasto 15-6-2013 que aún uno no logra digerir. Y el efecto dominó futbolístico e institucional que provocó aquel hecho. Efecto dominó que aún no terminó.
Pero es inevitable pensar en el antes de todo esto (aquí necesitaría un efecto onda película donde hay una gran corriente de viento en la escena que arrasa con el decorado y que representa una especie de viaje en el tiempo antes de que sucediera un hecho puntual que marca un antes y un después). Antes de la platea, mi abuelo, Mingo, El Vasco, El Empresario y su viejo, antes de Ferro, Douglas, Instituto, antes de los bondis que no llegaban, la hamburguesa recalentada y el junio trágico. Antes de todo lo que fue el 2013 para un hincha de Independiente.
Ese enorme antes engloba al invierno del 2012. El paso previo a la caída en desgracia. Javier Cantero mantuvo, desde la presidencia, a Cristian Díaz en el banco de suplentes. Pecados de ingenuidad e ignorancia que guiaron a Independiente al abismo. Y en ese último invierno que vivimos, hasta ahora, con El Rojo en Primera, sucedió una especie de spin-off de la serie de problemas en el club que fue la novela del traspaso de Julián Velázquez al Genoa italiano. A fines de julio se dio por hecha dicha compra. El defensor viajó a Italia, poso con la camiseta, firmó autógrafos, realizó declaraciones y demás protocolos en torno a un nuevo jugador que llega un equipo. Los europeos compraban casi la totalidad de su pase a 3.500.000 de euros.
Sin embargo, los días pasaban y no ocurría una resolución final esclarecida. Los rumores de que lo de Velázquez se estaba por frustrar y que debería regresar a Independiente eran cada vez mayores. Incluso con el contrato firmado y los estudios médicos realizados, La Avispa se dedicaba únicamente a entrenar mientras desde la parte legal intentaban resolver detalles que impedían cerrar esta historia. Detalles que se acrecentarían en cuanto a importancia con el paso de los días.
Tras casi más de un mes de tensión (?), lo que parecía alejado y solo un delirante chisme se convirtió en realidad: Julián Velázquez jamás jugaría en el Genoa y tras su estadía como jugador fantasma en el Viejo Continente regresó a Independiente, quien ya contaba con Américo Gallego como entrenador. El justificativo fue, según su representante, el hecho de que “el Genoa quería robar a Velázquez. No quisimos ser cómplices de una estafa.”, alegando un mal manejo desde la rama presidencial del club tano y una poca clara negociación a la hora de incorporar al jugador.
Velázquez retomó a los entrenamientos en Avellaneda en Septiembre del 2012, encarando una temporada determinante para el club. El resto de la historia ya la conocen.